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miércoles, 7 de marzo de 2012

¿Somos Leales, Aún Con Nuestra Propia Palabra?




   
             ¿Somos Leales, Aún Con Nuestra Propia Palabra?      


        “El fruto del Espíritu es... fe”   (Gal_5:22)


Por lo general, este fruto del Espíritu se entiende como fidelidad. No se refiere a la fe que salva o a la confianza que ejercemos en Dios día tras día (aunque puede estar incluida). Más bien alude a la fidelidad y seriedad en nuestros tratos con el Señor y con los demás. Alguien la ha definido como: “ser fiel a sí mismo, a la propia naturaleza, a cualquier promesa dada y a cualquier confianza que se nos dispensa”.
Cuando decimos que la palabra de un hombre es su garantía, queremos decir que tiene palabra, que al tratar con él, no es necesario un contrato escrito. Una vez que se ha comprometido a realizar algo, se puede depender y confiar en que él ciertamente lo llevará a cabo.

El hombre fiel acude puntual a sus citas, paga a tiempo sus cuentas, asiste regularmente a las reuniones de la comunidad local y lleva a cabo las tareas que le asignan sin tener que recordárselo constantemente. Es inquebrantablemente fiel a sus votos matrimoniales y constante en el cumplimiento de sus responsabilidades familiares. Separa conscientemente dinero para la obra del Señor y es cuidadoso con la mayordomía de su tiempo y talentos.
Fidelidad significa lealtad a la propia palabra, aun a costa de sí mismo. El hombre fiel es aquél que: “aun jurando en daño suyo, no por eso cambia” (Sal_15:4c). En otras palabras, no cancela una cita para cenar cuando recibe otra invitación que promete un mejor menú o una compañía más agradable. No renuncia al trabajo para ir en un viaje de recreo (a menos que arregle primero un sustituto satisfactorio), vende su casa al precio convenido aunque después alguien le ofrezca 100.000 pesetas más.

Lo esencial de la fidelidad es estar dispuesto a morir antes que renunciar a la propia lealtad a Cristo. Cuando cierto rey mandó a un cristiano fiel que se retractara de su confesión de Cristo, el hombre replicó: “El corazón lo pensó; la boca lo habló; la mano lo suscribió y si fuera necesario, por la gracia de Dios, la sangre lo sellará”. Cuando a Policarpo le fue ofrecida la vida a cambio de negar al Señor, escogió que lo quemaran en la hoguera y dijo: “Estos ochenta y seis años he servido a mi Señor y nunca me hizo mal alguno. No puedo negar ahora a mi Señor y Amo”.

Los mártires fueron fieles hasta la muerte y recibirán una corona de vida (Apo_2:10).

Jehová liberta a los cautivos


ASEGÚRATE QUE NO ESTÉS IGNORANDO TU ESCLAVITUD!! EN OCASIONES LAS CADENAS QUE NOS IMPIDEN LA VERDADERA LIBERTAD ESTÁN EN NUESTRA MENTE.



             “Jehová liberta a los cautivos.”  Sal_146:7. 



Él lo ha hecho. Recuerden a José, a Israel en Egipto, a Manasés, a Jeremías, a Pedro y a muchos otros. Él todavía puede hacerlo. Él rompe las barras de bronce con una palabra, y desata los grilletes de hierro con una mirada. Él lo está haciendo. En miles de lugares, aquellos que están atribulados están saliendo a la luz y tienen un respiro. Jesús todavía proclama la salida de la prisión para quienes están detenidos. En este momento las puertas se están abriendo de par en par y los grilletes están cayendo al suelo.  
Él se deleitará en liberarte, querido amigo, si en este momento gimes por causa de aflicción, la duda o el miedo. Será un gozo para Jesús darte libertad. Le dará un gran placer soltarte, como será un placer para ti ser soltado. No, tú no tienes que cortar la atadura de hierro: el propio Señor lo hará. Sólo confía en Él, y Él será tu Emancipador. 
Cree en Él a pesar de las paredes de piedra, o las esposas de hierro. Satanás no puede retenerte, el pecado no puede encadenarte, y ni siquiera la desesperación puede sujetarte, si crees ahora en el Señor Jesús, y en la gratuidad de Su gracia, y en la plenitud de Su poder para salvar.  
Desafía al enemigo, y deja que la palabra que está ahora delante de ti sea tu cántico de liberación: “Jehová liberta a los cautivos.” 


La Chequera del Banco de la Fe. 
Traducción de Allan Román